viernes, 8 de septiembre de 2017

Gran Encuentro de oración por la reconciliación nacional en el Parque Las Malocas en Villavicencio.


En el Parque las Malocas se llevó a cabo el Gran Encuentro de Oración por la Reconciliación nacional en el marco del tercer día de la visita del Papa Francisco en Colombia desde la Villavicencio, donde el Ovispo de Roma recordó que "ni el odio ni la muerte tienen la última palabra; y en donde alentó a todo el país a que abra el corazón para reconciliarse".

Durante el encuentro de oración por la reconciliación nacional de Colombia, el Papa Francisco acogió los estremecedores testimonios de cuatro representantes de las víctimas de la violencia y exguerrilleros que ofrecieron mensajes de justicia, verdad, paz y misericordia.

Su Santidad Francisco elevó también una oración frente a la imagen del Cristo Roto de Bojayá. El purpurado afirmó  que: "Este Cristo fue el testigo mudo de la masacre de más de 100 personas en una iglesia en  Bojayá, en el Chocó, que ocurrió el 2 de mayo de 2002 producto de un enfrentamiento entre los paramilitares y la guerrilla de las FARC".  Pidió además  estar atentos a los frutos, cuidar el trigo y no dejarse arrancar la paz por la cizaña. 










Papa Francisco reza por afectados de terremoto en México y huracán Irma



Al concluir la Misa de beatificación en  Villavicencio en la que fueron beatificados dos mártires colombianos, el Papa Francisco elevó sus oraciones por los afectados del terremoto en México y por cuantos sufren los embates del huracán Irma.

El Papa manifestó que ha seguido de cerca el desarrollo de estos eventos naturales que han dejado gran cantidad de victimas y daños materiales.

Finalmente el Pontifice dijo: "les pido que se unan a estas intenciones y por favor no se olviden de rezar por mí”.

El Presidente de México, Enrique Peña Nieto, aseguró que esta madrugada un terremoto de 8,1 grados afecto la costa sur de México, el cual calificó como el mayor sismo que ha afectado al país en los últimos 100 años.




Homilía del Papa Francisco en la Misa en Villavicencio.

Durante la Santa Misa presedida por S.S el Papa Francisco en Villavicencio, fueron beatificados Mons. Jesús Jaramillo, Obispo de Arauca, y al P. Pedro Ramírez, el Cura de Armero.  En la eucaristía el Papa Francisco invitó a los colombianos a vivir la reconciliación.

Cómo haremos para dejar que entre la luz, Cuáles son los caminos de reconciliación.

Como María, decir sí a la historia completa, no a una parte; como José, dejar de lado pasiones y orgullos; como Jesús, hacernos cargo, asumir, abrasar  esa historia, porque ahí están ustedes, todos los colombianos… si decimos sí a la fe, la verdad y a la reconciliación. Estas fueron algunas de las palabras pronunciadas por el Santo Padre, afirmando que “Basta una persona buena para que haya esperanza”


Lea Aquí la homilía completa.

Reconciliarse en Dios, con los Colombianos y con la creación” ¡Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, es el nuevo amanecer que ha anunciado la alegría a todo el mundo, porque de ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios! (cf. Antífona del Benedictus).
La festividad del nacimiento de María proyecta su luz sobre nosotros, así como se irradia la mansa luz del amanecer sobre la extensa llanura colombiana, bellísimo paisaje del que Villavicencio es su puerta, como también en la rica diversidad de sus pueblos indígenas.
María es el primer resplandor que anuncia el final de la noche y, sobre todo, la cercanía del día. Su nacimiento nos hace intuir la iniciativa amorosa, tierna, compasiva, del amor con que Dios se inclina hasta nosotros y nos llama a una maravillosa alianza con Él que nada ni nadie podrá romper.
María ha sabido ser transparencia de la luz de Dios y ha reflejado los destellos de esa luz en su casa, la que compartió con José y Jesús, y también en su pueblo, su nación y en esa casa común a toda la humanidad que es la creación.
En el Evangelio hemos escuchado la genealogía de Jesús (cf. Mt 1,1-17), que no es una simple lista de nombres, sino historia viva, historia de un pueblo con el que Dios ha caminado y, al hacerse uno de nosotros, nos ha querido anunciar que por su sangre corre la historia de justos y pecadores, que nuestra salvación no es una salvación aséptica, de laboratorio, sino concreta, una salvación de vida que camina.
Esta larga lista nos dice que somos parte pequeña de una extensa historia y nos ayuda a no pretender protagonismos excesivos, nos ayuda a escapar de la tentación de espiritualismos evasivos, a no abstraernos de las coordenadas históricas concretas que nos toca vivir. También integra en nuestra historia de salvación aquellas páginas más oscuras o tristes, los momentos de desolación y abandono comparables con el destierro.
La mención de las mujeres —ninguna de las aludidas en la genealogía tiene la jerarquía de las
grandes mujeres del Antiguo Testamento— nos permite un acercamiento especial: son ellas, en la genealogía, las que anuncian que por las venas de Jesús corre sangre pagana, las que recuerdan historias de postergación y sometimiento.
En comunidades donde todavía arrastramos estilos patriarcales y machistas es bueno anunciar que el Evangelio comienza subrayando mujeres que marcaron tendencia e hicieron historia.
Y en medio de eso, Jesús, María y José. María con su generoso sí permitió que Dios se hiciera cargo de esa historia. José, hombre justo, no dejó que el orgullo, las pasiones y los celos lo arrojaran fuera de esa luz.
Por la forma en que está narrado, nosotros sabemos antes que José lo que le ha sucedido a María, y él toma decisiones mostrando su calidad humana antes de ser ayudado por el ángel y llegar a comprender todo lo que sucedía a su alrededor.
La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la  información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacerlo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio.
Este pueblo de Colombia es pueblo de Dios; también aquí podemos hacer genealogías llenas de historias, muchas de amor y de luz; otras de desencuentros, agravios, también de muerte. ¡Cuántos de ustedes pueden narrar destierros y desolaciones!, ¡cuántas mujeres, desde el silencio, han perseverado solas y cuántos hombres de bien han buscado dejar de lado enconos y rencores, queriendo combinar justicia y bondad!
¿Cómo haremos para dejar que entre la luz? ¿Cuáles son los caminos de reconciliación? Como María, decir sí a la historia completa, no a una parte; como José, dejar de lado pasiones y orgullos; como Jesucristo, hacernos cargo, asumir, abrazar esa historia, porque ahí están ustedes, todos los colombianos, ahí está lo que somos y lo que Dios puede hacer con nosotros si decimos sí a la verdad, a la bondad, a la reconciliación. Y esto sólo es posible si llenamos de la luz del Evangelio nuestras historias de pecado, violencia y desencuentro.
La reconciliación no es una palabra que debemos considerarla como abstracta; si eso fuera así, sólo traería esterilidad, traería más distancia. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz.
Más bien, como ha enseñado san Juan Pablo II: «Es un encuentro entre hermanos dispuestos a superar la tentación del egoísmo y a renunciar a los intentos de pseudo justicia; es fruto de sentimientos fuertes, nobles y generosos, que conducen a instaurar una convivencia fundada sobre el respeto de cada individuo y de los valores propios de la sociedad civil» (Carta a los obispos de El Salvador, 6 agosto 1982).
La reconciliación, por tanto, se concreta y se consolida con el aporte de todos, permite construir el futuro y hace crecer esa esperanza. Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación siempre será un fracaso.
El texto evangélico que hemos escuchado culmina llamando a Jesús el Emmanuel, traducido el Dios con nosotros. Así es como comienza, y así es como termina Mateo su Evangelio: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (28,21).  Jesús es el Emanuel que nace y el Emanuel que nos acompaña cada día, el Dios con nosotros que nace y el Dios que camina con nosotros hasta el fin del mundo.
Esa promesa se cumple también en Colombia: Mons. Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Obispo de Arauca, y el sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, mártir de Armero, son signo de ello, expresión de un pueblo que quiere salir del pantano de la violencia y el rencor.
En este entorno maravilloso, nos toca a nosotros decir sí a la reconciliación concreta; que el sí incluya también a nuestra naturaleza. No es casual que incluso sobre ella hayamos desatado nuestras pasiones posesivas, nuestro afán de sometimiento.
Un compatriota de ustedes lo canta con belleza: «Los árboles están llorando, son testigos de tantos años de violencia. El mar está marrón, mezcla de sangre con la tierra» (Juanes, Minas piedras). La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes (cf. Carta enc. Laudato si’, 2).
Nos toca decir sí como María y cantar con ella las «maravillas del Señor», porque lo ha prometido a nuestros padres, Él auxilia a todos los pueblos y auxilia a cada pueblo y auxilia a Colombia que hoy quiere reconciliarse y a su descendencia para siempre.